sábado, 5 de enero de 2013

Desde Cuba y desde Chiapas, mirando al futuro

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Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate |Rebelión

Como cada comienzo de año, aprovechamos estas fechas para reflexionar sobre el pasado y sobre el futuro, sobre lo hecho y sobre lo que habrá que hacer en los próximos meses. 

Las perspectivas no parecen muy halagüeñas, y 2013 se nos anuncia como uno de los picos agudos de la tremenda crisis en la que nos encontramos. Desahucios, pobreza, recortes, privatizaciones, rescates, etc., son las palabras que se han incrustado en nuestro día a día, y parece que han venido para quedarse.

Ante ello, la izquierda, las izquierdas, debemos poner todo nuestro empeño para borrar dichos términos del diccionario. Frente a ellos, debemos luchar porque la vida, la emancipación, los derechos, la diversidad y la democracia se impongan como las palabras que anuncian nuevos modelos sociales, que prefiguren el final de la larga noche capitalista.

De esta manera, debemos hacer un esfuerzo especial por definir estrategias políticas que avancen en este sentido, que ofrezcan alternativas, que ofrezcan ilusión, que generen impacto. El comienzo de año es un buen momento para este tipo de reflexiones, algo acaba y algo empieza. Pero para mirar hacia delante, también debemos mirar hacia atrás, también debemos mirar a otras latitudes. La izquierda es, en el fondo, una voluntad histórica de emancipación, un sumatorio de luchas, de esperanzas, de dignidades, que siempre debemos tener en consideración. Pasado, presente, futuro, aquí y allá, es el complejo marco en el que nos movemos: aprender del pasado para, analizando el presente, construir estrategias sólidas para el futuro.

Precisamente estos días nos traen al recuerdo dos hitos históricos fundamentales para la izquierda: uno, la revolución cubana, triunfante el primero de enero de 1959; el otro, la toma de San Cristóbal y otras cuatro municipios chiapanecos por parte del EZLN, el mismo primero de enero, pero de 1994. Son procesos vivos, dinámicos, diferentes, polémicos, pero de su análisis extraemos lecciones muy importantes para el futuro, para el conjunto de la izquierda. También para la izquierda europea, tan huérfana de claridad y referentes.

El primer aprendizaje de ambos procesos es que la izquierda debe ser radical, debe confrontar con el sistema, proponer nuevas salidas políticas, económicas, sociales y culturales ajenas a las actuales. Ya no es tiempo de contemporizar, de reformas, de mejoras, es tiempo de transformaciones estructurales, desde lo sistémico hasta lo personal, pasando por lo organizativo. Ya no vale sólo con la resistencia, hay que pasar a la ofensiva. No se trata de mejorar el camino, de repararlo, de ensancharlo, sino de construir otro diferente. Si así lo entendieron las y los cubanos en los tiempos dorados de la socialdemocracia occidental –un estado del bienestar construido sobre la dominación de los países empobrecidos-; si así lo entendieron los y las zapatistas en plena hegemonía absoluta del neoliberalismo, ¿qué decir de los tiempos actuales, cuando la crisis es total? Todo lo que no sea construir algo nuevo, es ser cómplices de lo viejo.

El segundo aprendizaje se refiere a la necesidad de ensayar nuevas fórmulas de hacer política. Pobre de quien crea todavía que la vía electoral-institucional es la estrategia fundamental a la hora de avanzar en términos emancipatorios. Pobre también quien pretenda que los partidos son la vanguardia del cambio. Pobre quien confunda el éxito electoral en el corto plazo con la transformación. ¿Lo institucional es el fin o es el medio? La emancipación tiene lógicas propias, y no siempre tienen relación con las dinámicas políticas clásicas. Así, o asumimos la relevancia actual de los movimientos sociales, de sus agendas y formas de funcionamiento, o nos daremos contra una pared, en un mundo cada vez más alejado de la política tradicional.

En este sentido, es necesario priorizar la articulación entre todos los actores alternativos, de identidad y signo diferente. Una articulación real, de igual a igual, basada en debates comunes, estrategias comunes y confianzas mutuas, desterrando finalmente recelos, utilitarismos y jerarquizaciones más o menos explícitas. Todas las lecciones aprendidas exitosas trascienden los estrechos límites de la democracia liberal-representativa y de sus actores. Toda emancipación amplía el margen de la política y desnuda sus límites. Así lo entendió el Movimiento 26 de Julio cubano ante la incapacidad de los partidos políticos para liderar el proceso revolucionario. Así lo entendió el EZLN, que situó en las comunidades indígenas, y no en la partidocracia, el centro de la soberanía, la autonomía y de la justicia. Así lo ha entendido toda América Latina hoy en día.

El tercer aprendizaje destacable es que la política, la izquierda, es de las personas osadas, valientes, estrategas, prefiguradoras de nuevas agendas, de nuevos contenidos, de nuevas formas. Corazones calientes y cabezas frías, frente a corazones fríos y cabezas calientes. Siempre, pero ahora más si cabe, sobran los mediocres; los burócratas de espíritu; los que quieren cambiar el mundo con una calculadora en la mano; los que dicen luchar contra el sistema, pero necesitan precisamente de la realpolitik de ese sistema para ser alguien; los que cuentan los regates en el centro del campo como goles; los que no se salen del camino ni aunque les pasen por encima. Esa gente sobra, y son necesarias quienes soñaron en un barquito que podían derrotar la tiranía de Batista; quien dijeron ¡ya basta¡ y se enfrentaron con palos y con dignidad al tsunami neoliberal, y nos enseñaron la diferencia entre el tiempo largo y el tiempo corto, entre tomar el poder (o el gobierno) y transformar las asimetrías de poder, entre estar arriba y a la izquierda, o estar abajo y a la izquierda.

Por último, el cuarto aprendizaje del proceso cubano y zapatista es que la revolución será internacional, o no será. No hay izquierda si no es internacionalista, si no entiende su lucha unida a todas las demás. Desde el comienzo así lo hicieron explícito tanto la revolución cubana –donde ese compromiso no ha cejado ni un solo minuto, desde formas muy diferentes- como los y las zapatistas, empeñadas en encuentros intergalácticos, abiertos e inclusivos hasta con los habitantes de Plutón, si los hubiera.

Así, radicalidad, nuevas formas políticas, nuevos contenidos, osadía e internacionalismo. Eso nos dicen Cuba y Chiapas, desde lugares muy diferentes, desde evoluciones muy diferentes también, pero unidos en nuestra historia, en la historia de la izquierda, en el futuro de la izquierda. Por supuesto, y como ya hemos dicho, pasado, presente y futuro están en permanente tensión. Es necesario asumir aciertos, asumir errores, asumir nuevos tiempos, desde la honestidad y desde la franqueza, si queremos plantear estrategias acertadas.

No todo sirve, no todo vale. En este sentido, tan irritante es, por ejemplo, quien expulsa a Marx al basurero del olvido –sin reconocer su genialidad a la hora de interpretar el funcionamiento del capitalismo y su matriz excluyente y explotadora-, como quien lo convierte en deidad única, sin asumir la relevancia política actual del feminismo, el ecologismo, la democracia radical o en anticolonialismo a la hora de construir las agendas emancipatorias.

En todo caso, y más allá de la opinión que tengamos cada quién de cada proceso, de cuál sea lo que aprendamos en cada caso, nunca debemos olvidar la imagen del Fidel Castro en su discurso en el Parque Céspedes, de Santiago de Cuba, aquél primero de enero de 1959; ni la de Camilo Cienfuegos y el Ché Guevara camino de la Habana, ese mismo día, tras la victoria en Santa Clara; ni la imagen de la Comandanta Ramona tomando las cabeceras municipales de Chiapas, reclamando que la tierra es para quien la trabaja, y que ya basta de opresiones. Fidel, Camilo, Ché, Ramona, no sois nuestro pasado, sois nuestro futuro. Ese mismo futuro del que han vuelto a hablar los y las zapatistas al volver al volver a tomar hace unos días las cabeceras municipales, lanzándonos un mensaje fundamental: “A quien corresponda. ¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. El día que fue el día, era noche. Y noche será el día que será el día”.

Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate – Mesa Internacionalista Alternatiba


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