viernes, 5 de septiembre de 2014

El patrimonio de los hijos del maíz

Por José Eduardo Mora

La cultura del maíz es un hilo conductor que lleva a las más hondas raíces del ser latinoamericano, a tal punto que es fuente e inspiración en la creación del hombre, como sucede en el capítulo uno de la tercera parte del texto indígena maya Popol Vuh.

De ahí que el decreto del 25 de julio pasado, que declaró al maíz Patrimonio Cultural de Costa Rica, conlleve una serie de implicaciones que buscan rescatar los aspectos materiales e intangibles en torno a esta práctica agraria y cultural.

“De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron creados”, se afirma al final del mencionado capítulo del Popol Vuh, el libro de los Quichés de Guatemala, joya mesoamericana.

Por la trascendencia histórica que ha tenido el maíz en el país, Fresia Camacho, directora de Cultura, quien trabajó en los aspectos medulares para la declaratoria, considera que este es un paso relevante para la cultura costarricense en torno al grano.

Si se realiza una mirada al pasado, en la cultura prehispánica costarricense la influencia y la presencia del maíz son notorias en la cerámica y la piedra, por la creación de objetos relacionados con este cultivo, que servían para actividades vinculadas con el procesamiento del grano y su consumo.

Ello se nota, por ejemplo, en vasijas y en petates, de acuerdo con Fernando González, del Centro de Conservación del Patrimonio Cultural y quien fuera, también, uno de los “arquitectos” del decreto del 25 de julio.

El decreto, que puntualmente protege al maíz en sus variedades autóctonas, incluye a las nativas y a las criollas, y tiene un alcance para las prácticas “agroculturales, usos, saberes, sabores y colores asociados al grano”.

EN LOS GENES

Para Camacho, la influencia cultural del maíz es tan determinante que “este se encuentra en los genes y en la conformación” de las principales poblaciones del país.

“Somos hijos del maíz. De ahí que esta declaratoria es fundamental. Es una herencia cultural muy fuerte”, puntualizó Camacho.

Según un análisis de Julio César Sánchez, antropólogo del Museo Nacional, hay indicios del maíz en Costa Rica desde hace unos 5600 años, lo que confirma la trascendencia que para el país tiene que se incentive el rescate de las prácticas materiales e intangibles en torno a este cultivo.

Para que la declaratoria tenga real trascendencia y no se quede simplemente en un acto simbólico y político, Camacho considera que es desde la Comisión Nacional de Patrimonio Intangible (Conapasi) que se le debe dar forma a lo dispuesto por el presidente Luis Guillermo Solís, el 25 de julio en Guanacaste.

Es relevante puntualizar que la iniciativa de la declaratoria se trabajó en el gobierno de Laura Chinchilla y contó siempre con el respaldo del hoy exministro de Cultura, Manuel Obregón.

El exjerarca, al referirse a este tema, aseguró que la “cultura y el cultivo del maíz” son inseparables en esta práctica que, en buena parte, definió la cosmovisión de los aborígenes costarricenses.

“El maíz nos toca las fibras más íntimas de nuestro ser costarricense y esto hay que plasmarlo en un compromiso de rescatar las prácticas en torno al cultivo, incluso aquellas cosas muy sutiles, pero que son fundamentales e impostergables”.

Para Camacho, una de las manifestaciones en la que se hace muy evidente la presencia del maíz en la cultura costarricense es en las comidas preparadas a base de este grano. Recordó cómo hace algunos años la “mazamorra” era común y que el pozol y las tortillas caseras eran de fácil consecución.

Hoy en día, reconoció, la industrialización del maíz atenta contra ciertas prácticas y el decreto viene a enfatizar en la necesidad de rescatar ciertas tradiciones, las cuales son de suma relevancia para el imaginario popular.

COSMOGONÍA

De acuerdo con Fernando González, el maíz tiene una serie de implicaciones en la cosmogonía de pueblos como los cabécares y los bribris.

En las tradiciones de las culturas del sur del país, hay un tronco que comunica con los chibchas, es a partir de los colores del grano de maíz que se determinaban los clanes.

“Entre bribris y cabécares, que son etnias mayoritarias en el Caribe y parte sur de la cordillera, en su cosmovisión se conciben creados a partir de las semillas del maíz. Sibú era la deidad principal que los puso en esta tierra y en este espacio, y ellos se consideran hijos del maíz”, dijo.

González destacó que en el área de Guanacaste, que se enlaza con la cultura mesoamericana, la cultura del maíz está vinculada con una práctica denominada “la contadera”, que consiste en que se van contando los días del calendario y ello da origen a las festividad de la Virgen de Guadalupe.

“El 1 de noviembre arranca la contadera de los días y se hace con base en una mazorca que se va desgranando. El 15 de noviembre, o el sábado más cercano, se da la pica de leña para el día de celebración, que es el 12 de diciembre”. Antes, el 8 de diciembre, se ha realizado la “atolada”, que es una actividad hecha con maíz pujagua. En este ritual hay un sincretismo entre lo hispánico y lo precolombino.

El decreto, en criterio de ambos impulsores, pretende fortalecer, recoger y documentar prácticas en torno al maíz como la descrita.

Ello entra en las consideraciones intangibles, aludidas en la medida del 25 de julio.

En cuanto a objetos que provienen del mundo precolombino, los metales, objetos para decoraciones y vasijas responden a una fuerte tradición en torno al maíz como un elemento constitutivo de esas sociedades, antes de la llegada de los españoles en 1492.

Rescatar ese impacto intangible en la cultura nacional es el gran trasfondo que sostiene al decreto y que es por medio de la Comisión Nacional de Patrimonio Intangible, por la que han de impulsarse las políticas y las medidas para que el maíz vuelva a considerarse como elemento constitutivo del ser nacional.

Los ecos del Popol Vuh, con sus hombres de maíz, alcanza la cosmogonía del ser costarricense hasta nuestros días.


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