miércoles, 24 de junio de 2009

Guatemala: los amargos impactos de la caña de azúcar

por Carlos Salvatierra
SAVIA -Escuela de Pensamiento Ecologista-Guatemala

Uno de los cultivos que más impactos negativos ha generado desde sus inicios hasta la fecha en nuestro país es la caña de azúcar.

Las plantaciones de caña se asentaron en las Planicies del Pacífico, una zona rica por la fertilidad de sus suelos de origen volcánico y por la cantidad de agua que recibe por medio de lluvias y ríos que nacen en la cadena volcánica. Esas condiciones fueron perfectas para el desarrollo del cultivo y la expansión de los ingenios azucareros; hoy en día Guatemala ocupa el quinto lugar a nivel mundial en la exportación de azúcar y el segundo en producción en América Latina y el Caribe.


En la actualidad operan 14 ingenios azucareros y las plantaciones de caña de azúcar para el año 2007 ocupaban 216 mil hectáreas cultivadas, una extensión aproximada al tamaño del departamento de Guatemala (225.300 hectáreas) considerable para el tamaño de nuestro país (108.889 km2).

Uno de los problemas más graves que presenta el monocultivo de caña es el de la destrucción total de los ecosistemas donde se instala, que en Guatemala ha significado la desaparición de amplias áreas de bosques.

A lo anterior se suma el uso exagerado de agua, lo cual afecta a las comunidades humanas y causa impactos directos e indirectos en los ecosistemas terrestres y marino costeros. La quema de caña de azúcar contamina el ambiente, afecta la salud de las poblaciones cercanas y libera CO2, uno de los gases de efecto invernadero. La quema de estas plantaciones, año tras año, contribuye al aumento del calentamiento global. En época de zafra, los ingenios azucareros desvían los ríos hacia sus plantaciones, dejan a las comunidades sin agua y vierten los residuos contaminantes en ellos.

En época de lluvia los canales y zanjones, abiertos para la irrigación de las plantaciones, llevan las aguas tierra adentro y provocan inundaciones, lo que pone en situaciones de riesgo y vulnerabilidad a muchas poblaciones. A esto se agrega la contaminación generada por el uso excesivo de agroquímicos, plaguicidas y madurantes, que por medio de los ríos se transportan hacia los ecosistemas marino costeros, como el manglar.

Uno de los problemas que encuentra la industria azucarera es la cantidad de tierra disponible para expandir el monocultivo. Según declaraciones en el año 2007 de Armando Boesche, gerente de la Asociación de Azucareros de Guatemala (Asazgua) “Ya no hay disponibilidad de tierras, porque ya se llegó al límite”. Esta situación se ha convertido en una amenaza para los ecosistemas y las poblaciones locales y resulta delicada en un país donde la conflictividad por la tierra ha generado guerra, desapariciones y muerte.

Un claro ejemplo de la falta de tierra fue el traslado del Ingenio Guadalupe, en el año 2006, hacia el Valle del Río Polochic en Izabal, cerca del refugio de vida silvestre y sitio Ramsar Bocas del Polochic. Esta situación amenaza directa e indirectamente el humedal y la vida silvestre debido al desvío de ríos y el uso de productos agroquímicos que por medio de las lluvias y escorrentía se transportan hacia este cuerpo de agua, con el riesgo de aumentar el crecimiento de Hydrilla verticillata, planta invasora que desde hace varios años se encuentra en el lugar.

Sin embargo, en el sur las plantaciones de caña no parecen haber llegado “al límite”, ya que continúan su expansión, talando los últimos árboles y bosques de ribera que protegen los cauces de los ríos e impactando sobre especies amenazadas como el Loro nuca amarilla que se encuentra en grave peligro de extinción. La frontera azucarera ha llegado a orillas de los manglares y en lugares como Iztapa y Hawai, dos zonas que aún conservan este ecosistema amenazado, las plantaciones llegan hasta sus límites produciendo un fenómeno de aislamiento y presión.

En Guatemala no se ha hecho una evaluación de los impactos acumulativos de estos monocultivos, que afectan tanto a las comunidades aledañas como a los ecosistemas locales. Mientras tanto, la gente continúa endulzando bebidas y alimentos, desconociendo los amargos impactos de este monocultivo para la naturaleza y la gente.

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