sábado, 16 de enero de 2010

El legado de Copenhague: la emergencia de una nueva ciudadanía planetaria

Por Joan Buades

albasud.org


El inesperado fiasco de la Cumbre de Copenhague ha sido tan monumental y evidente que ha dejado perplejo a todo el mundo. Tras los relativos éxitos de la Cumbre de la Tierra de Rio de Janeiro (1992) y de Kioto (1997), Copenhague sanciona el fin de la credibilidad del sistema de Naciones Unidas como marco de solución de los grandes retos globales a que se enfrenta crecientemente nuestra especie.

La imagen final de esta cumbre lo dice todo: una mera declaración de intenciones alcanzada fuera de tiempo, de madrugada, entre algunos grandes estados, marginando a la inmensa mayoría de países del Sur y con un texto sin objetivos concretos hasta 2050.

Todo ello, además, orquestado al margen de la Asamblea de las Naciones Unidas ya que no fue sometido a voto en la propia cumbre ante la indignación de la mayoría de miembros, y presentado en solitario por el presidente norteamericano en una rueda de prensa restringida a la participación de medios “de confianza”.

Sin la típica foto final de grupo ni ningún mensaje esperanzador sobre cómo superar la catástrofe climática… Hay que estar ciego para creer que las próximas cumbres climáticas de México (a finales de 2010) e incluso la preparatoria de Bonn (en junio) van a mejorar el poder de convocatoria y los resultados de la recientemente clausurada.


Entre las muchas lecciones que hemos aprendido, vale la pena destacar, para empezar, que los líderes políticos del mundo son incapaces de superar sus prejuicios de siempre, basados en el patrioterismo y la protección de los intereses “nacionales”.
El clima, un bien común crucial para la vida humana sobre el Planeta, no tiene portavoces influyentes entre quienes gobiernan el mundo, incluyendo al presidente Obama, depositario de prácticamente todas las esperanzas de último minuto en Copenhague.

De hecho, el presidente de los EE.UU. apenas intenta administrar un aterrizaje suave de su país en un mundo donde la supremacía estadounidense se desvanece y se afirma la sensación que estamos en medio de un nuevo caos en lugar de un nuevo orden global, marcado por una multipolaridad de nuevos poderes (China, India, la UE, Japón, Brasil) ciegos a la necesidad de cooperar en la solución de los grandes retos comunes de la humanidad.

Como ha dejado claro la introducción de poderes excepcionales de represión policial en la otrora ejemplar democracia danesa, el Norte liberal no sólo se está volviendo xenófobo y racista sino que evoluciona hacia unos niveles de autoritarismo contra los movimientos sociales y las libertades desconocidos desde finales de los años 70.


En la capital danesa hemos asistido también a la puesta en escena de la fuerza del Sur y su capacidad de interlocución de tú a tú con las potencias nórdicas, pero igualmente ha quedado clara su fragmentación y disparidad de intereses.

¿Qué tienen que ver la posición del gigante chino o el indio con la mayoría de países del llamado G77? ¿Qué aliados reales tienen los casi 1.000 millones de africanos, los 150 millones de bangladeshíes y la coalición de microestados insulares del índico y el Pacífico (la llamada AOSIS1) que luchan, básicamente, por no tener que convertirse en refugiados ambientales e incluso desaparecer físicamente a causa del cambio climático?
Los intereses geoestratégicos de los dirigentes chinos, indios y hasta brasileños están a años luz de la urgencia por sobrevivir del Sur más empobrecido del Planeta.


Esta es la tercera gran enseñanza danesa: lejos de constituir un problema meramente ambiental a largo plazo, el cambio climático se está revelando como un escenario clave sobre la idea de justicia global ahora. Es decir, el agravamiento de la crisis climática, que afecta ya a algunas regiones del Planeta, está obligando a muchas sociedades y gobiernos del Sur a plantearse tomar la iniciativa para defender sus “derechos históricos” sobre el clima.

Para Tuvalu, Bangladesh, Sudán, Ecuador o Bolivia, es inaceptable que el Sur sea la parte más vulnerable al cambio climático cuando son los estados del Norte los que han generado las tres cuartas partes de las emisiones letales. Por ello, han empezado a clamar por la reparación de la “deuda climática” histórica del Norte y sus transnacionales a través de reducciones reales de contaminación a cargo de estos, la transferencia masiva de tecnologías limpias y de dinero suficiente (cuadruplicando el nivel de la actual ayuda oficial al desarrollo) para hacer frente en casa a la catástrofe que ya toca a la puerta.


Las dos áreas más críticas las constituyen el Sudeste asiático y América Central y el Caribe. La paradoja es que el Norte no puede ignorar sin más las exigencias de la parte más empobrecida del Planeta ya que su desentendimiento dispararía las migraciones desde el Sur hasta unos niveles inauditos, lo que pondría en entredicho sus equilibrios sociopolíticos y culturales.

La avalancha de refugiados ambientales podría alcanzar los 1.000 millones de personas en 2050 según la UNHCR. El corredor mediterráneo podría convertirse en el tercer gran “volcán” global, tanto en términos de vulnerabilidad climática directa como de atracción de la diáspora humana que esta ocasionará en regiones como el África subsahariana.


En último término, desbordada por esta cacofonía de intereses y realidades emergentes, Copenhague nos ha hecho tomar conciencia de la urgencia de actuar. Estamos en tiempo de descuento.

Todo lo que sea posponer, por ejemplo, para más allá de 2020 las reducciones reales de emisiones letales como han “conseguido” forzar los grandes en la cumbre (la llamada expresivamente (“Chinamérica”), encarecerá notablemente la factura económica del cambio climático y extremará los nuevos riesgos de seguridad global, en forma de nuevas corrientes migratorias y una creciente desesperación social en el Sur que puede llevar a nuevas guerras y formas de terrorismo.

Por ello, la próxima década es la clave: o conseguimos parar el deterioro climático en el Norte y limpiamos el modelo de desarrollo del Sur industrial o nos encontraremos en el peor escenario posible de entre los previstos por el IPCC.


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http://www.albasud.org/publ/docs/26.pdf



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